LA VAQUERA
La
llamaban de apodo la Vaquera.
Se ponía
el carmín a borbotones,
que
agrandando la línea de su boca,
rebasaba el
perfil de los morretes.
Revocaba
su piel de pergamino
con un
rojo chillón de colorete;
las cejas,
con polvo de carboncillo,
del
mismo engrudo negro las pestañas;
los párpados de añil y purpurina.
Se prendía
el cabello, en un rodete
y en lo
alto,
dos
conchas de carey con oropeles
y alisando
su pelo acharolado,
una mezcla de hollín y aceite frito.
El bajo
del vestido le colgaba
como un
pingo en la escarpia de un perchero
su cuerpo
era el perfil de un lapicero
que anudaba
un cintajo a media altura.
En la
acera plantada parecía
el fuste
vertical de una farola,
sin formas,
ni relieves en que asirse;
escurridos,
el busto y las caderas.
Con aires
de bacante, en una esquina,
haciendo
molinillos con un bolso,
o colgado
del hombro en bandolera,
se movía
pausada por la acera
con un
exagerado bamboleo.
Con las
manos de lija y cuero de bayeta,
pringadas
de jabón o vaselina,
prestaba a
los impúberes varones
sus
servicios de Onan por los portales,
o en el
patio butacas del Carretas,
cuando
daban alguna de Far West.
No hay comentarios:
Publicar un comentario