17 agosto, 2014

La Vaquera


                                                    LA VAQUERA

La llamaban de apodo la Vaquera.
Se ponía el carmín a borbotones,
que agrandando la línea de su boca,
rebasaba el perfil de los morretes.
Revocaba su piel de pergamino
con un rojo chillón de colorete;
las cejas, con polvo de carboncillo,
del mismo  engrudo negro las pestañas;
 los párpados de añil y purpurina.
Se prendía  el cabello, en un rodete
y en lo alto,
dos conchas de carey con oropeles
y alisando su pelo acharolado,
 una mezcla de hollín y aceite frito.
El bajo del vestido le colgaba
como un pingo en la escarpia de un perchero
su cuerpo era el perfil de un lapicero
que anudaba un cintajo a media altura.
En la acera plantada parecía
el fuste vertical de una farola,
sin formas, ni relieves en que asirse;
escurridos, el busto y las caderas.
Con aires de bacante, en una esquina,
haciendo molinillos con un bolso,
o colgado del hombro en bandolera,
se movía pausada por la acera
con un exagerado bamboleo.
Con las manos de lija y cuero de bayeta,
pringadas de jabón o vaselina,
prestaba a los impúberes varones
sus servicios de Onan por los portales,
o en el patio butacas del Carretas,
cuando daban alguna de Far West.

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