16 octubre, 2014

EPITALAMIO



EPITALAMIO

Eran días de caqui y de bromuro
acuciaba el vigor en los cuarteles,
del apetito impuro,
calmábamos el hambre en los burdeles.
En la noche africana, de asueto y borrachera
pasé por el serrallo
y en el verde irisado de unos ojos,
que tomaban reflejos esmeralda
con  el roncero hachón de una sonrisa,
se detuvo el corcel de mi capricho.
Con pícaro mohín y un ademán lacero
me invitó a festejar en su yacija,
y en un acto fugaz, de complacencia,
dio cauce, indiferente,
al ímpetu febril de mi premura.
  Espérate soldado, me dijo en un susurro
y acarició mi torso de fauno satisfecho;
miré para otro lado, y en íntima liturgia,
lavó con agua clara su cuerpo desdeñado;
de aquella piel morena, borró el licor añejo
de orgías anteriores, que acaso abominaba;
como si acariciara los pétalos intactos
de una escondida flor,
que no entregó jamás al vicio tarifado,
se cubrió de otro olor y me brindó el aroma,
limpio, fresco y azul de una flor nueva
Puso, sobre su carne, la gasa del recato,
cubrió su ruin yacija con un lienzo impoluto,
tornándose aquel ara de oscuras libaciones
en tálamo gozoso de novia primeriza.
Despertó aquella noche su sexo adormecido
que en tantas ocasiones venéreas alquilara.
Llamándome a sus brazos,
me dijo quedamente:         ¡bésame!;
¡muy despacio!, que quiero enamorarme,¿¡!?...
y condujo mis manos inexpertas,
por un dulce concierto de primas y bordones,
a líricos arpegios que nadie había pulsado;
abriendo, a mi bisoña y tímida ignorancia,
la asignatura ignota,
de la que fui bebiendo la esencia magistral,
hasta llenar de gozo mi ser maravillado.
Surgieron de sus senos dos cárdenas cerezas,
llamándome a cubrirlas con besos infinitos,
y porque ella lo quiso, se me entregó completa,
llenando aquel instante de un halo virginal.
Aspiré de aquel cuerpo, limpio y distinto aroma,
porque surgió del fango como un lirio inocente
igual que se abre paso en el limo corrompido
el cándido blancor de una azucena.
  No me lloró su historia, ni preguntó mi nombre,
me fui de su regazo, feliz y confundido,
y cuando al despedirme, me dio el último beso;
con el semblante grave y una sonrisa amarga,
mojaron sus mejillas, silenciosos,
dos gruesos lagrimones que brotaron
del verde manantial de sus pupilas. 

 
  

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